Hay gestos que parecen pequeños, pero llevan dentro una fuerza silenciosa y transformadora. Uno de ellos es el saludo. Saludar, mirar a los ojos, sonreír, reconocer al otro, no debería ser un acto automático o socialmente obligado, sino una costumbre viva, llena de humanidad.
Un “buenos días” puede parecer insignificante. Pero no lo es. Puede ser el primer rayo de sol en el día de alguien que está en sombras. Puede romper la coraza de la indiferencia, despertar sonrisas dormidas, incluso salvar vidas. Saludar es decir: “te veo”, “existes”, “importas”.
He visto cómo un saludo sincero puede cambiar la energía en una oficina, en una familia, en una calle. He sentido en carne propia cómo esa costumbre, cuando se vuelve hábito, transforma nuestra manera de ver el mundo. Porque cuando uno empieza a saludar con el corazón, empieza a vivir con más compasión.
El portero, la señora que barre la vereda, el mozo, el compañero silencioso del ascensor, el jefe estresado, la madre cansada, el amigo distante. Todos reaccionan ante ese acto mínimo que es también un acto inmenso: el saludo genuino. No hace falta ser amigos, no hace falta conversar. Basta con mirar y decir con el alma: “buenos días”. Basta con abrir el corazón.
Y entonces ocurre la magia: los saludos empiezan a multiplicarse. La gente empieza a responder. A mirar distinto. A reír más. A sentir menos soledad. A estar más dispuesta a ayudar, a perdonar, a colaborar. Es una cadena. Un virus luminoso. Una revolución silenciosa.
Yo soy un creyente de esa revolución. Pero más que creyente, soy testigo. Lo he visto, lo he vivido. Y por eso escribo estas líneas. Porque saludar no cuesta nada, pero vale muchísimo. Porque saludar no es solo buena educación: es amor en estado puro.
Si cada peruano empezara su día saludando con autenticidad a quienes lo rodean, estaríamos dando un paso enorme hacia una sociedad más amable, más justa, más viva. No exagero. El saludo cambia personas. Las personas cambian sociedades. Las sociedades cambian países.
Si saludas con ganas, con alegría, con respeto, no importa si te responden o no. Lo que importa es lo que estás sembrando: una mirada, una sonrisa, un saludo, y quizás, sin darte cuenta, un mundo mejor.