Bajo el techo dorado de la Basílica de Santa María la Mayor, adornado con oro americano de origen mayormente peruano, reposarán los restos del Papa Francisco
El Papa Francisco, fallecido el 21 de abril a los 88 años, había expresado su deseo de un entierro sencillo, eligiendo la Basílica de Santa María la Mayor en lugar de la Basílica de San Pedro. Esta iglesia, que visitaba frecuentemente para rezar ante el icono de la Salus Populi Romani, refleja su profunda devoción mariana.
Su tumba, de mármol de Liguria, lleva la inscripción «Franciscus» y una reproducción de su cruz pectoral, simbolizando su compromiso con la humildad.
Un tesoro dorado con raíces peruanas
Santa María la Mayor, una de las cuatro basílicas papales principales y la más antigua dedicada a la Virgen María, fue construida en el siglo V. Su artesonado renacentista, obra de los hermanos Sangallo, está adornado con el primer oro traído de América, donado por los Reyes Católicos al Papa Alejandro VI, principalmente proveniente del territorio peruano.
Más allá del techo dorado, la basílica alberga mosaicos del siglo V, una reliquia de la cuna del Niño Jesús y la venerada imagen de la Salus Populi Romani, a la que Francisco profesaba especial devoción.
Un funeral global y solemne
El funeral, celebrado el 26 de abril, congregó a una multitud de aproximadamente 250,000 fieles en la Plaza de San Pedro, mientras 150,000 personas más se alineaban en el camino hacia Santa María la Mayor. La ceremonia contó con la presencia de 130 delegaciones oficiales, incluyendo 50 jefes de Estado y 10 monarcas, destacando su trascendencia global.
Entre los líderes presentes se encontraban el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con la primera dama Melania Trump; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski; el presidente de Francia, Emmanuel Macron; el presidente de Argentina, Javier Milei; y el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. La realeza estuvo representada por figuras como el príncipe William del Reino Unido, los reyes de España Felipe VI y Letizia, el príncipe Alberto II de Mónaco y los reyes de Bélgica Felipe y Matilde.
Presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, la ceremonia se desarrolló con sobriedad, en sintonía con el estilo pastoral de Francisco. Durante la misa, se enfatizó su legado de paz, justicia social y defensa de los más vulnerables.
