Luis Negreiros Vega, pionero del sindicalismo peruano

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Quienes por medio de la violencia se apoderan del gobierno de un país, presumen que esa conquista los hace propietarios no solo de la victoria sino también de la historia. Y ansiosos por perpetuarse en el poder sin dejar huellas de sus tropelías, deciden escribir sus propias historias. Debido a ello los libros sobre sátrapas, dictadores y gobernantes prepotentes rebasan bibliotecas con voluminosas “Historias Oficiales”. Historias que usualmente son narraciones, interesadas y escritas por encargo, donde se intentan justificar latrocinios, arbitrarios encarcelamientos, salvajes torturas, deportaciones, asesinatos aleves y cruentas matanzas. Vano intento. Porque esas “Historias Oficiales” tienen vida corta: El tiempo termina por desbaratarlas y, principalmente, porque la memoria del pueblo se encarga de rescatar a aquellos héroes anónimos a quienes por mezquindad y un egoísmo inexplicable, trataron de mantener en el olvido. Por eso hemos creído conveniente publicar esta historia que cubre dos décadas de la política y el sindicalismo peruano donde resulta inevitable mencionar a Luis Negreiros Vega, aquel infatigable luchador que no dudó en ofrendar su vida y sacrificar la de su familia en su afán de reivindicar el respeto a los derechos de los trabajadores y de los peruanos en general. A pesar de que algunos libros apenas rozan el nombre de este ilustre pomabambino, sus hechos y obras persistirán en la memoria de los peruanos.

MIENTRAS VA CONDUCIENDO, Julio Villavicencio mira su reloj Titus: son las siete y treinta de la mañana y cuando repara que está manejando desde el día anterior, un involuntario bostezo dibuja una enorme “o” en su cansino rostro. Sin embargo, cuando recuerda que acaba de dejar a Vega y Jibaja en el Callejón La Huaquilla de los Barrios Altos sonríe con malicia; -que esperen sentados- dice riéndose. Poco a poco desacelera su

Dodge al percatarse que está a dos calles de la casa de Isabel Castillo en Chacra Colorada donde una hora antes había dejado a Negreiros para que se bañe y cambie de ropa. Frena, busca un lugar y estaciona el auto a discreta distancia. Finalmente apaga el motor. Se mira por el espejo retrovisor para acomodar el nudo de su corbata y nota que dos enormes bolsas cuelgan debajo de sus ojos que lucen más achinados que de costumbre. Con los dedos trata de alisar sus escasos cabellos. Después levanta su mano derecha con dirección al pequeño espejo retrovisor, toca el detente morado del Señor de los Milagros que cuelga junto a un solitario zapatito blanco de badana y se persigna tres veces. Luego se arrellana y se mueve tratando de amoldar su cuerpo al asiento y descansar mientras dure la espera: No he dormido en días y llevo el sueño atrasado se dice mientras empieza a entrecerrar los ojos.

Pestañea ¿dos, tres, diez, cuarenta minutos?, hasta que el crujir de una puerta de madera que se abre lentamente lo despierta: Es “Catalina Huanca” como cariñosamente llaman a la dueña de casa, que escoba en mano asoma a la calle y empieza a barrer la vereda mientras disimuladamente observa a ambos lados de la pista. Ahora mira al Dodge y Villavicencio enciende el motor de ocho cilindros. Cuando él asiente con la cabeza Negreiros Vega sale raudo y trepa el auto.

-Hoy tenemos otro día atareado mi querido Julio-, escucha intrigado Villavicencio ¿Nunca se cansa? ¿Nunca duerme? ¿De qué está hecho? se pregunta. -Primero vamos por Ricardo Temoche, que hoy tiene las Escuelas Sindicales en el Callao, luego iremos a la casa del compañero gráfico Orlando Vásquez a recoger los Comunicados del Comando de Acción del partido. Tenemos que responder a las calumnias y mentiras que publica la prensa vendida a la dictadura. Luego vamos a buscar a un primo de Laureano Carnero. Hay harto material por repartir, sobre todo a los compañeros que están en prisión. Lástima que

“cascarita” esté preso en El Sexto. Él era excelente para esa tarea-, le escucha decir mientras intenta arrancar el auto.

-Bueno, rápido compañero, pise a fondo, recuerde que hay gente que nos está esperando en los Barrios Altos-, lo mira de soslayo y ambos sonríen con ironía. Después de recoger a Temoche, Villavicencio enrumba hacia el Callao. A esa hora las calles del centro de Lima lucen semi desiertas y los desocupados edificios reflejan su soledad en las aceras mojadas por la garúa. Antes de que el vehículo termine de recorrer la avenida Tacna dobla por el jirón Cusco hacia la Plaza Unión y toma la avenida Argentina con dirección al Callao. Conforme avanza, Villavicencio nota que los colores opacos de las fábricas de fideos Nicolini, de calzado El Diamante, de la textil La Bellota y otros más, hacían más triste aquella mañana fría y gris. Era la misma tristeza que mostraban los mustios rostros de los obreros que cabizbajos y con las manos en los bolsillos, se dirigen presurosos hacia sus centros de trabajo.

Al llegar a la altura del límite entre Lima y Callao un guardia de tránsito, vestido de verde mate con correas y casco blancos, detiene el tráfico para dar pase a un convoy de camiones que trasladando material desde la Fundición Callao se dirige hacia el puerto chalaco.

Luego, cuando el policía nota que el Dodge lleva pasajeros pero no tiene el distintivo de los colectivos se acerca al automóvil: -Buenos días, me puede enseñar su permiso para circular, la tarjeta de propiedad y sus documentos personales. -¿Cómo dice?- respondió Villavicencio entre sorprendido y nervioso, mientras un intranquilo Temoche solo atinaba a voltear y pasarle la voz a Negreiros quién, ubicado en el asiento posterior, estaba leyendo un libro, -¿Qué sucede?- le pregunta al policía el líder sindical, -Nada señor solo le pido su brevete- respondió el guardia volteando, mirándolo, reconociéndolo: -¿Cabo Negreiros? ¿Es usted? caramba que gusto de verlo, de saludarlo ¿sabe? yo también participaba en las clases de “Pro Cultura” que usted dictaba en la escuela de guardias, indudablemente eso me ayudó bastante como también a muchos de mis colegas, caray, me dio gusto encontrarlo, no hay ningún problema mi Cabo sigan nomás- dijo el policía que colocando su mano derecha a la altura de la sien lo saludó marcialmente y luego se hizo a un lado para que continuaran su camino. Una hora después ingresan a la tercera cuadra del jirón Vigil donde, al final de la calle, se encuentra ubicada la casa del dirigente textil José Pacheco. Al llegar Villavicencio detiene el auto para que bajen sus dos pasajeros, luego continua un pequeño trecho hasta estacionarlo en otra esquina cerca al automóvil: -Buenos días, me puede enseñar su permiso para circular, la tarjeta de propiedad y sus documentos personales. -¿Cómo dice?- respondió Villavicencio entre sorprendido y nervioso, mientras un intranquilo Temoche solo atinaba a voltear y pasarle la voz a Negreiros quién, ubicado en el asiento posterior, estaba leyendo un libro, -¿Qué sucede?- le pregunta al policía el líder sindical, -Nada señor solo le pido su brevete- respondió el guardia volteando, mirándolo, reconociéndolo: -¿Cabo Negreiros? ¿es usted? caramba que gusto de verlo, de saludarlo ¿sabe? yo también participaba en las clases de “Pro Cultura” que usted dictaba en la escuela de guardias, indudablemente eso me ayudó bastante como también a muchos de mis colegas, caray, me dio gusto encontrarlo, no hay ningún problema mi Cabo sigan nomás- dijo el policía que colocando su mano derecha a la altura de la sien lo saludó marcialmente y luego se hizo a un lado para que continuaran su camino.

Una hora después ingresan a la tercera cuadra del jirón Vigil donde, al final de la calle, se encuentra ubicada la casa del dirigente textil José Pacheco. Al llegar Villavicencio detiene el auto para que bajen sus dos pasajeros, luego continua un pequeño trecho hasta estacionarlo en otra esquina cercana. Cuando está seguro que Negreiros y Temoche han terminado de ingresar a la vivienda esculca la guantera y saca dos paquetes de galletas de soda y una lata de atún que devora en contados minutos. Luego desenrosca la tapa del termo y bebe a sorbos el humeante café tratando de contrarrestar el sueño. Pero el desvelo y la tensión acumuladas terminan por amodorrarlo. Una hora más tarde una potente pero amable voz lo saca de su letargo.

Es Negreiros que le está indicando que es hora de regresar a Lima. Esta vez el líder sindical se acomoda en el asiento delantero mientras Temoche, ubicado en el asiento posterior, revisa los documentos entregados por Negreiros. Por su parte, el líder sindical se enfrasca en la lectura de los oficios que le han remitido los trabajadores azucareros y arroceros de Lambayeque donde lo invitan a que los visite para que los asesore en la formación de sus respectivos sindicatos. Dos horas después el barullo, provocado por el intenso tráfico vehicular de cientos de vehículos atestados de pasajeros que llegan de las zonas norte y este de Lima o de los que parten por la avenida Argentina rumbo al Callao, le avisa que han llegado a la siempre tumultuosa la Plaza Unión, entonces Negreiros levanta la cabeza, guarda los oficios en su cartapacio y pide a Villavicencio que gire a la derecha y se estacione en el cruce del jirón Huarochirí con Guillermo Dansey, al costado de la fábrica Nicolini.

Al momento de apearse le indica que mientras coordina con los dirigentes tranviarios lleve a Ricardo Temoche a la casa de Ezequiel Ramírez y luego regrese a recogerlo. En momentos en que el recio pomabambino atusaba su saco y se disponía a ingresar a la Estación Central de Tranvías de Lima fue interceptado por una señora que se encontraba acompañada de tres niños.

-Señor Negreiros, quisiera hablar con usted unos minutos.

-Dígame compañerita…

-Disculpe usted, pero no soy compañera. Todos en mi familia somos independientes y apolíticos. Soy María Gonzáles esposa de Isaac Montoro que fue secretario general del sindicato de trabajadores del Instituto Sanitas del Callao. Él fue acusado, despedido y encarcelado injustamente más de seis meses, pero gracias a una petición que hicimos al diputado Juan Luna, fue puesto en libertad.

-Que bien, entonces ¿cuál es el problema?

-El problema es que ahora el señor Luna le exige a mi esposo que se afilie al partido Comunista y como mi marido ha rechazado la propuesta lo han amenazado de muerte…

-No se preocupe señora, nosotros la ayudaremos sin ninguna condición, la tranquilizó. Por favor acompáñeme a la Estación para tomarle sus datos.

En los días posteriores Negreiros se dedicó a coordinar con sus compañeros de partido del Callao. Les pidió que le ayudaran a solucionar el caso, aun cuando no se trataba de un afiliado al Apra. Tres semanas después Isaac Montoro en compañía de su esposa y sus hijos Carlos, Carmen y Jorge viajaban por barco rumbo a Tacna donde finalmente se establecieron.

14 DE MARZO DE 1949. Cerca de la medianoche Negreiros terminaba uno de sus recorridos nocturnos habituales y se disponía a retornar a alguno de sus refugios clandestinos luego de entrevistarse con el secretario general del sindicato de trabajadores tranviarios de Lima, Luis Alvarado Muro que vivía en Monserrate frente a la estación del Ferrocarril Central. Al salir del callejón La Espada, notó que, en la plazuela, pese a lo avanzado de la hora, algunas personas transitaban por sus angostas veredas, pero que lo hacían a paso lento. Otras estaban sentadas en las endebles bancas aparentando sostener animadas tertulias. También observó que frente a la Parroquia de la Virgen de Monserrat cinco patrulleros y un camión portatropas permanecían estacionados en hilera como si se tratara de un pequeño escuadrón de hierro dispuesto al ataque. Por su parte el retén de guardia con las manos en los bolsillos y las solapas de su polaca de paño levantadas hasta cubrirle el cuello, caminaba en círculos por la puerta de la delegación policial llevando un viejo fusil al hombro. Este inusual escenario puso en alerta al pomabambino. Para evitar pasar por la comisaría del Cuartel

Primero y no dar motivo a sospecha alguna, el automóvil manejado por Víctor Rosas Sáenz inició su recorrido a una velocidad moderada: Saliendo del jirón Callao bordeó la plazuela hasta llegar cerca a los portones de los almacenes de despacho del Ferrocarril. Luego dobló hacia la amplia y empedrada avenida Carrión en dirección al Puente del Ejército para continuar, ahora a mayor velocidad, por las estrechas y oscuras calles del jirón Huancavelica hacia la iglesia de Las Nazarenas. Al pasar por el mercado La Aurora, Negreiros notó que dos calles arriba, estas lucían totalmente desiertas: Ningún emolientero ni anticuchera, ninguna bodega ni restaurante o cantina abierta. Miró hacia atrás y notó que un patrullero con las luces apagadas los venía siguiendo.

Entonces pidió al chofer que aumentara la velocidad. Cuando el auto se disponía a doblar hacia la avenida Tacna -que se encontraba atestada de las carretillas que habían sido desalojadas del jirón Huancavelica- el vehículo fue bruscamente interceptado por cuatro patrulleros. De los autos policiales descendieron una docena policías armados quienes sin dar la voz de alto abrieron fuego indiscriminado contra los ocupantes del auto quienes solo atinaron a agacharse para protegerse de las balas. En medio de la infernal balacera, Cirilo Cornejo le pide a Negreiros que salga del carro porque es a él a quien desean asesinar.

Por unos instantes Negreiros lo escucha y duda en acatar la sugerencia, pero el énfasis de las palabras y la firmeza en la mirada del ex senador por Huancavelica terminan por convencerlo. Entonces aprovechando el tumulto provocado por la torpe y desorganizada acción policial unida al revuelo causado por el pánico de los curiosos, Negreiros logra escabullirse confundiéndose entre el gentío. Con tranquilidad camina hacía la basílica de Santa Rosa de Lima, luego dobla por el jirón Matavilela hasta llegar al Puente de Palo para finalmente dirigirse por el jirón Virú hasta llegar al Jirón Trujillo y perderse entre la muchedumbre.

Mientras tanto Cirilo Cornejo, a viva voz, le exigía al chofer que vuelva a encender el auto y arranque para ponerse a salvo, pero Rosas Sáenz, paralizado por el miedo, no responde. En esos instantes una bala hiere en el rostro a Cornejo. Aun así toma el timón del auto, pisa el acelerador y enrumba hacia el centro de Lima seguido por los cuatro patrulleros que a la altura de la plazuela del Teatro Segura logran detenerlo.

Al verlo manar abundante sangre los policías deciden conducirlo al Puesto Asistencial Médico del Rímac adonde media hora más tarde llegó el jefe de investigaciones Mier y Terán. El oficial estaba acompañado de 20 subalternos fuertemente armados. Al constatar el estado de gravedad del detenido dispone su traslado al Hospital de Policía.

Al siguiente día los principales diarios de Lima con grandes titulares en su primera plana informaban sobre la captura de un temible delincuente aprista. Según las noticias el ex senador, sin razón alguna, había atacado a balazos a los policías que se vieron obligados a repeler el ataque. Ningún periódico mencionaba de la presencia de Luis Negreiros Vega.

A pesar de enfrentar un terrorismo de Estado, Negreiros Vega les respondía con la fundación de sindicatos y federaciones. Se dice que llegó a instituir más de cien organizaciones sindicales en el país y en el extranjero.

Un año después, el 23 de marzo de 1950, el sindicalista pomabambino que ejercía simultáneamente la secretaria general de Apra y de la Confederación de Trabajadores del Perú, fue emboscado y asesinado por los sicarios de Esparza Zañartu.

Desde ese instante Luis Negreiros Vega se convirtió en leyenda.