“Los malabaristas”… Por: Octavio Huachani Sánchez

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Como todas las mañanas, Bruno se levanta muy temprano, se asea, guarda sus bártulos en la mochila y presuroso sale en busca de alguna de las calles de Lima con mayor tráfico vehicular. A pocos minutos de bajar del microbús se posesiona de una esquina y con varias pelotas de tenis empieza a realizar una serie de malabares buscando ganarse la simpatía y la propina de los choferes y pasajeros que están a la esperan de la luz verde. Solo unos pocos se animan a darle una moneda.

En otro punto de la ciudad una humilde ama de casa, canasta en mano, llega al mercadillo de su barrio, lo hace con temor. Al ingresar doña Juana mira las escasas monedas que lleva en su raído monedero, levanta su rostro al cielo y reza para que el dinero le alcance para preparar la comida para sus hijos. Apenas logra comprar un cuarto de kilo de menudencias de pollo, verduras, fideos y un sol de pan. Esa será la comida del día.

Don Ricardo Sánchez Trucio tiene 86 años y pocas ganas de vivir. Siempre fue albañil pero ahora debido a su edad, nadie le da trabajo. Todas las mañanas, después de tomar un frugal desayuno, se posesiona de una enorme piedra que le sirve de asiento. Está a la espera que los vecinos lo llamen para que bote su basura, otros le piden que barra el frontis de su casa. Todo a cambio de una propina que el anciano agradece.

Doña Julia se dedica al reciclaje. Ella durante el día atiende a su esposo que sufre de parálisis cerebral y por las noches sale a “cosechar” botellas de plásticos, cartones y todo lo que se pueda vender. Los días que tiene que llevar a su conyugue al hospital donde se atiende por el SIS, son fatales para la pareja de ancianos. Esos días apenas comen.

Alonso HR es un joven, como otros tantos, que trabaja y estudia. Como la mayoría percibe el sueldo mínimo (930 soles mensuales) y paga 480 soles mensuales por estudiar Diseño Gráfico en un instituto de renombre. Como es fácil deducir apenas le alcanza y hace malabares para sus pasajes, comida y comprarse alguna ropa. Cuando sus amigos lo invitan a salir los fines de semanas Alonso busca algún pretexto para no asistir. Le da “roche” evidenciar sus limitaciones económicas.

En pleno centro de Lima, durante su homilía dominical, ataviado con finas prendas, el arzobispo de Lima Juan Luis Cipriani, hace malabares para tratar de convencer que su defensa pastoral es a los pobres y no al grupo de poder político, que sin ambages apoya. Nadie, o muy pocos, le creen.

Cuadras más allá, Leyla Chihuán, congresista de Fuerza Popular, declara que ella no vive de los 15 mil 600 soles mensuales que gana en el Congreso de la República. “¿Por qué? Porque simplemente para mí y para el ritmo de vida que llevo, no me alcanza (…)”, enfatiza.

¿Ritmo de vida? ¿Con que se come eso?  

Carlos HV tiene 40 años y se gana la vida como chofer de un aplicativo. Como la competencia es dura durante el día trabaja para la familia de un empresario. Es padre soltero y tiene una hija de nueve años a quien adora. La niña estudia en un colegio particular y siempre ocupa el primer lugar lo que lo motiva a continuar en ese fatigoso ritmo de trabajo.

Tito JC es profesor en una de las facultades de la UNI. Enseña diseño gráfico y le pagan por hora 15 soles. Por las noches trabaja como bartender en una conocida discoteca miraflorina. Es soltero y por ende, para ahorrar, lava su ropa, prepara su comida y limpia el pequeño cuarto que habita. No se queja de su ritmo de vida, le gusta lo que hace y está a la espera de la oportunidad soñada.

Lucha Fuentes, la recordada voleibolista que fue varias veces campeona sudamericana y subcampeona panamericana de voleibol en los años sesenta y setenta y que en el año 2000, fue nominada por la Federación Internacional de Vóley como la mejor jugadora del siglo XX, siempre vivió despojada de vanidades. Ella fue profesora de las Academias Deportivas Escolares creada por la Fundación Telefónica, donde participaban 300 niñas, niños y jóvenes de 9 a 14 años de las zonas menos favorecidas del Perú. A Lucha le gustaba enseñar sus secretos y era feliz con ese su ritmo de vida.

Pero (lamentablemente) Leyla no está sola

Hace poco se supo que los integrantes de la junta directiva del Congreso al término de su gestión continuaban gozando los mismos beneficios que obtenían como titulares, es decir el otorgamiento de 30 galones de gasolina a la semana, además de seguridad y chofer. Al respecto la congresista de Fuerza Popular, Luz Salgado, aseguró que la Mesa Directiva que presidió no renunció a los beneficios que gozan los ex presidentes y vicepresidentes del Congreso porque no vieron «nada malo» en ello.

Es decir se negaban a abandonar ese cómodo estilo de vida.

Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, como usted como yo, los que con nuestros impuestos pagamos ese lujoso estilo de vida de los congresistas, de todos, porque que se sepa nadie ha renunciado a ello, solo nos queda rumiar nuestra cólera e indignarnos sin tomar alguna acción que termine, de una vez por todas, con esta perversa inequidad. ¿Hasta cuándo? Eso depende de nosotros.