“Amigos por siempre” … Por: Octavio Huachani Sánchez

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1948

Vivieron parte de sus vidas juntos, murieron toda su muerte juntos.

Jovi Herrera Alania y Jorge Luis Huamán Villalobos se conocieron hace ocho años y desde entonces fueron inseparables. Ambos residían en el distrito de Independencia ubicado en la zona norte de la capital.

Jovi tenía 20 años y era oriundo de Pachitea, Huánuco; mientras Jorge Luis que era natural de Lima tenía 19 años. Ambos compartían su pasión por el futbol y aunque eran hinchas de clubes diferentes tenían claro que la amistad era su principal pasión.

No fueron pocas las ocasiones que jugando por clubes diferentes y antagónicos se enfrentaron en ardorosos partidos de futbol. Jorge Luis era arquero mientras Jovi delantero. Pero cualquiera resultara el marcador, el final era el mismo: celebraciones, bromas, tomaduras de pelo y abrazos; además de una caja de cervezas a cuenta del equipo perdedor.

Ambos padecían de esa enfermedad crónica que ataca a los más modestos, -que los sociólogos llaman pobreza-, y que los empuja a aceptar trabajos en condiciones infrahumanas y sin percibir ningún tipo de beneficios sociales.

“Chamba es chamba” se decían a modo de consuelo. Quizás en parte tenían razón. Su deseo de ayudar a sus familias los obligaba a trabajar “en lo que sea”.

Jovi vivía al lado de sus padres, don Edwing Herrera Castro y doña Delia Alania Jorge; mientras Jorge Luis vivía junto a sus progenitores don Julio Huamán Taype y doña Bertha Villalobos Vásquez.

Fue Jovi quien convenció a Jorge Luis para trabajar en uno de los almacenes de la galería Nicolini de Las Malvinas. Sabía que su amigo estaba desempleado y que pasaba apuros económicos “Yo te presto para los pasajes, tú lleva tu almuerzo porque el señor “gringo” nos encierra y no nos dejan salir todo el día” le advirtió.

“No importa lo importante es traer plata para mis viejitos” le respondió Jorge Luis. La jornada laboral era de lunes a viernes de ocho de la mañana a ocho de la noche y la paga era supuestamente 120 soles por semana. Pero algunas semanas solo les pagaban 100 y otras apenas 50 soles.

Por eso habían pensado en dejar ese trabajo. Esa iba a ser la última se semana que los explotaban como si fueran esclavos.

Ese día como siempre salieron de sus casas esperanzados en encontrar un futuro mejor. Llevaban en sus mochilas además de sus tapers con comida, muchos sueños por realizar.

Pero el destino cruel, que se ensaña con los que menos tienen, se encargó de truncar esos sueños. Pero para ello contó con la complicidad de los encargados de velar por la seguridad de todos los peruanos, de prevenir y no solo de aplicar multas.

Ellos son el alcalde y sus funcionarios de Fiscalización y de Defensa Civil, el ministro de trabajo y sus inspectores, la fiscalía de Prevención del Delito, la Defensoría del Pueblo que ahora tratan de “barajarla” levantando al unísono la voz acusadora que señala como únicos responsables a los empresarios explotadores.

Y no es así. La Constitución Política señala con claridad quienes son los encargados del rol tuitivo del Estado para con la sociedad. Sobre todo a los desprotegidos.

Ojalá que no suceda lo de siempre: Que cuando las llamas del fuego se extingan, se extingan también las investigaciones que señalen a todos los responsables de esta tragedia que las noticias mundiales nos ha puesto como un país sub desarrollado. Ojalá.