«Promesa de año nuevo»… Por: Octavio Huachani Sánchez

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Contrario a lo que habíamos acordado, el primer día del año nuestra rutina resultó siendo la misma de días anteriores. A pesar de que mi rostro evidenciaba molestia ella no se dio por aludida y continuó con su habitualidad. De este modo, yo molesto y ella indiferente, toda la mañana permanecimos en casa para luego salir a pasear y almorzar a los lugares de siempre.

Pero llegado el segundo día decidí que había llegado la hora de terminar con nuestras tediosas rutinas y, de una vez por todas, cambiar nuestro estilo de vida.

Entonces ese día vestí de jean azul con las perneras angostas y no anchas como solía usarlas, camisa a cuadros un poco pegada al cuerpo y zapatillas blancas. Para completar el cuadro me puse gafas oscuras e inmediatamente salí a buscar a mi mujer, que hasta ese momento llevaba dos horas regando las plantas del jardín, aunque en realidad ella estaba tratando de “ganar” tiempo.

Mi mujer se resistía a cumplir la promesa que hicimos al finalizar el año: que a partir del primer día del nuevo año solo viviríamos actuando  y pensando en nosotros.

Si, después de aceptar mis explicaciones, habíamos decidido cambiar nuestro estilo de vida. (Como la mayoría de adultos mayores, casi no teníamos vida propia: siempre atentos a alguna llamada telefónica para cuidar a los nietos en cualquier día de la semana, o para “vigilar” la casa de alguno de nuestros hijos que salía de viaje por vacaciones, o muchas veces estar en nuestra casa todos los domingos, con el almuerzo preparado, a la espera de los hijos que nunca llegarían).

Además hacía muchos  años que no salíamos a bailar de noche o a saborear comida china o un bife con un buen vino en la mesa o, a pasar un fin de semana con los amigos de siempre, cantando, conversando o bailando y por supuesto brindando por aquella amistad que nunca dejó de ser.

Eso o simplemente salir tomados de la mano a deambular por cualquier calle o avenida, sonriendo cuando unas traviesas gotas de una sorpresiva lluvia de verano empiecen a refrescar nuestros rostros, y correr antes que pueda sorprendernos un chapuzón, y luego llegar a casa abrazados y riendo de la ocurrencia.

Justamente por ello mi mujer aceptó mi propuesta de cambiar de hábitos. Un abrazo y un beso, selló nuestro pacto. Así se lo recordé mirando sus hermosos ojos..

Entonces, a regañadientes, ella accedió a dejar el jardín e ingresar a la casa. Eso si, me pidió estar sola a la hora de cambiarse de ropa.

Olvidaba decirles que en la víspera del año nuevo habíamos salido de shopping a las mejores tiendas de la ciudad. Decidimos salir solos porque no deseábamos la opinión de terceros (Siempre habíamos usado ropa de color oscura. (“Es más serio, más formal y está de acuerdo a su edad, nos repetían nuestros hijos”).

Habíamos salido muy temprano y prácticamente no dejamos establecimiento sin visitar. Sabíamos que escoger nuestro nuevo vestuario nos tomaría todo el día. Fue una jornada ardua pero realmente muy divertida. Por lo menos para mí.

Observar a mi mujer probarse decenas de polos cortos y pegados a su hermoso cuerpo, sandalias, bermudas, faldas, blusas, zapatillas, medias y hasta zapatillas, ante la complaciente mirada de las vendedoras, era una verdadera delicia.

(Claro que la compra de ropa interior significó toda una odisea para las pobres vendedoras. Ningún modelo ni color de trusa o brasier, le parecía bien. Nada le entusiasmaba, menos la convencía. No hubo tienda que no visitáramos con ese propósito, hasta que finalmente, nos detuvimos frente a un bazar de lencería fina…”Espera aquí, voy a entrar sola” me dijo, antes de perderse tras cerrar la puerta. Al cabo de dos horas salió con una sonrisa en su rostro y dos bolsas en la mano. “Vamos”, me ordenó con mirada de femme fatale).

De regreso a casa detuve el coche para invitarle un copetín. En realidad deseaba saber detalles de su última compra. Antes, debo decir que cuando se lo propone ella es una tumba. Así que luego de varias rondas me animé a preguntarle por su lencería nueva. Not comment, not comment, repetía, con una sonrisa pícara. Finalmente desistí de mis propósitos y nos dirigimos a casa.

Mientras mi mujer iniciaba su metamorfosis, yo la esperé en la sala. Entonces decidí escuchar música tratando de hacer más tolerable la espera. Omití contarles que por la mañana nos trajeron los modernos artefactos eléctricos que reemplazarían a los que teníamos en casa desde hacía dos décadas. De modo que escogí los CDs de Frank Sinatra, Louis Armstrong,  Charles Aznavour, Nat King Cole, Cindy Lauper, Nicola Di Bari, Doménico Modugno, Caetano Veloso y Roberto Carlos.

Sabía que la espera sería larga. Para desconectarme del mundo me puse los audífonos y como el equipo tenía una bandeja para diez discos, me senté tranquilo en nuestro nuevo sillón de cuero negro.

Así, en medio de tan distinguidos artistas, recordé el disfrute de aquellos años maravillosos y hasta canturreé Detalles  interpretada por Roberto Carlos: “Sigue siendo una canción hermosa”, me dije, entrecerrando los ojos. Mientras el tiempo iba consumiéndose yo iba, arrellanándome más en el sillón y me imaginaba o soñaba (aun no lo sé) que estaba en la zona VIP de un megaconcierto, que en esos momentos tenía a Frank Sinatra interpretando Strangers in the Night. Antes, habían aparecido, Louis Armstrong y Nat King Cole y Cindy Lauper interpretando Time after Time, Maravilloso, que más se puede pedir, me dije, y empecé a aplaudir. De pronto abrí los ojos y me di cuenta que no había escenario y tampoco zona VIP y que me encontraba solo. Mi sala estaba a oscuras, las luces del comedor apagadas y yo totalmente asustado.

-¿Y mi mujer? me pregunté en voz alta…

Me levanté de prisa y luego de encender las luces, corrí por las escaleras hacia nuestro dormitorio… ¡estaba vacío!

Cuando iniciaba el descenso la puerta del baño se abrió y una luz me encegueció: “Dios mío”….exclamé, tartamudeando. Si, allí estaba ella, resplandeciente y hermosa, muy hermosa.

Mi mujer se había recortado y ondulado un poco el cabello y lo lucía mojado y alborotado (es un peinado casual, me diría luego), su rostro tenía un brillo muy especial, aún cuando no mostraba huellas de maquillaje alguno y sus ojos chinitos lucían esplendorosos. No podría detallar su vestimenta solo decir que el rosado le quedaba de maravilla…de maravilla!

-Hola, me dijo… ¿No vas a invitarme a bailar?…

Tomé su mano y la llevé a la pista de baile del megaconcierto y le pedí a Sinatra que cantara algo para nosotros…Ok my friend, (y agregaría en spanglish) con todo aprecio para mis amigos, voy a interpretar My way.

No recuerdo las veces que bailamos la misma canción, solo que nos envolvimos en un fuerte abrazo, quizás temiendo que la vida podría separarnos. La besé y acaricié como antes, y mirándola a los ojos, le hablé con el corazón para prometerle que la amaría toda la vida.