«El país de Nunca Jamás”… Por: Manuel Cabieses Donoso

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Peter Pan y el hada Campanita tienen domicilio en Chile y no en la isla que inventó el escocés Barrie. El País de Nunca Jamás, poblado de niños que nunca crecen, hadas, piratas, indios y sirenas, está en el extremo sur de América Latina y su población adulta todavía cree toda clase de cuentos, sobre todo en periodos electorales. Por eso tal vez los hijos de esta tierra son tratados como niños por una casta política que periódicamente los convoca a elegir entre candidatos que representan variantes de los mismos intereses. Así nada cambia y el sistema se perpetúa.

Eso volverá a ocurrir a fines de este año. Todo apunta al consabido esquema que convierte al “mal menor” en un antídoto de la decepción y en una nueva ilusión que no tardan en desvanecerse.

El sistema de dominación -que no ha cambiado un ápice en los casi treinta años de transición a la democracia- ha hecho de los chilenos los “niños perdidos” de Peter Pan. Ellos pasaban la mayor parte del tiempo divirtiéndose con aventuras irreales. Eso son los ciudadanos -si se puede llamar ciudadanos a quienes no ejercen derechos de tales-, que vivimos en este País de Nunca Jamás: niños que no maduran.

Mientras la casta política hace su juego -repartirse los recursos del presupuesto-, Chile camina hacia lo más profundo de una crisis institucional. Los cimientos -construidos por una tiranía- están socavados por una desenfrenada corrupción y una pavorosa injusticia social que la tarjeta de crédito, los automóviles y celulares no son capaces de ocultar. Sin embargo, a los actores de la política no se les mueve un músculo de sus caras de palo y repiten una y otra vez el libreto electoral que ha demostrado su inutilidad hasta la saciedad.

Vamos otra vez a elecciones de autoridades que dan la espalda a la crisis de la democracia representativa. Los candidatos, candidatas y dirigentes políticos la esquivan con una palabrería que entrega más oxígeno a la abstención. Por su parte, los medios de desinformación hacen lo suyo creando espantapájaros y corrientes de opinión que a su turno las encuestas convierten en mandatos para los partidos políticos.

En Chile se trata a los ciudadanos como si fueran los eternos niños felices del País de Nunca Jamás. Los mandones creen que los ciudadanos no se dan cuenta de su juego: prometer que algo cambiará para que no cambie nada. Chile necesita mucho más que un Peter Pan o un hada Campanita. La realidad exige un cambio profundo para cerrar la brecha en el desarrollo democrático, la justicia social y la soberanía nacional que el terrorismo de Estado y el neoliberalismo minaron durante 17 años. Hace falta una experiencia democrática real para avanzar sin temor hacia el futuro.

Esa experiencia tienen que hacerla el pueblo y sus organizaciones sociales y políticas, y debe tener como objetivo dotarse de una nueva institucionalidad democrática , participativa y solidaria. Mientras no exista esa nueva institucionalidad, que se origina en la Constitución, las carencias en salud, educación, previsión social, salarios, vivienda, derechos humanos, autonomía del pueblo mapuche, etc., no tendrán solución. Se les opone la fortaleza material e ideológica de un sistema hecho a medida de explotadores nacionales y extranjeros. La Constitución Política de 1980 -y sus parches- es un engranaje que asegura la integridad del modelo. No se puede sacar ninguna pieza sin que se derrumbe la estructura completa. Hasta las reformas más aguachentas, como las del actual gobierno, son rechazadas por un sistema que aspira a la eternidad.

Esta realidad hace prioritaria la lucha por una Asamblea Constituyente como ineludible etapa para los cambios que el pueblo anhela. No se trata de “reformar” la Constitución. Se trata de una nueva Constitución -elaborada y plebiscitada por el pueblo- que construya una institucionalidad distinta. Las próximas elecciones no significarán un avance en esa dirección. Los sectores políticos en competencia no se lo proponen. Lo que viene solo será un reacomodo de fuerzas y reparto de cuotas de poder. Todo dentro del más riguroso respeto a la Constitución dictatorial.

¿Y qué pasará con los “niños perdidos” del País de Nunca Jamás? Sus problemas se agudizarán si sus organizaciones sociales no asumen la responsabilidad política que hasta ahora rehúyen los partidos: impulsar una Asamblea Constituyente. Se requieren millones de conciencias y una verdadera revolución cultural para rescatar a los chilenos de la interdicción a que están sometidos. Una batalla de ideas para recrear valores humanistas y democráticos y desterrar los abusos.

El pueblo sufre graves problemas que afectan su vida cotidiana. Sus padecimientos tienen su origen en la injusticia social. Es vergonzoso, por ejemplo, que el año pasado casi 25 mil personas murieran esperando atención hospitalaria. La mayoría necesitaba una consulta con especialistas y otros una cirugía que nunca se efectuó. El Ministerio de Salud señala que casi dos millones de personas esperan atención médica que puede tardar hasta dos años.

En materia de previsión social la lucha del Movimiento de Trabajadores No+AFP deja en claro que el trabajador está condenado a una vejez de miseria mientras sus ahorros aumentan la riqueza de unos pocos.

La imagen del país próspero y feliz es el “polvo de hadas” que hace volar la imaginación, pero que impide construir la patria de hombres y mujeres solidarios y dueños de su destino.

La coyuntura político-electoral debe servir al menos para iniciar un debate que ponga en acción a quienes rechazan vivir en un país de ficción y en flagrante complicidad con a mentira.

(Fuente: Nodal)