“Las damas de la linterna”… Por José Luis Vargas Sifuentes

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El 12 de mayo de cada año se celebra el Día Internacional de la Enfermería, oportunidad en que se recuerda el importante papel que desarrollan los dedicados a esta profesión en favor de la sociedad, y para rendir homenaje a Florence Nightingale, considerada madre de la enfermería moderna y que dedicó su vida a atender a los abandonados de la tierra, a los ancianos y enfermos, como si de una madre se tratara.

La fecha fue establecida en 1965 y recuerda el aniversario del nacimiento de la enfermera inglesa el 12 de mayo de 1820 en Florencia -de ahí su nombre-, y cuya labor en la Guerra de Crimea (1853-1856) es reconocida en todo el mundo, pues con su actuar logró salvar miles de vidas. (La Guerra de Crimea enfrentó al imperio ruso con el imperio otomano respaldado por Francia e Inglaterra.)

Florence, hija de una familia de la nobleza inglesa, se había dedicado a la enfermería a pesar de la oposición de su familia y de la sociedad de entonces; se enteró de las terribles condiciones de los heridos en el conflicto y decidió organizar un equipo de 38 enfermeras voluntarias, al que entrenó personalmente.

El 21 de octubre de 1854 las enfermeras, las primeras mujeres en ser aceptadas en el ejército inglés, partieron hacia Scutari, en Turquía, base de operaciones británica.

Encontraron que los soldados heridos recibían tratamientos inadecuados y en pésimas condiciones higiénicas. Hasta antes de su llegada, fallecían diez veces más soldados de enfermedades infecciosas que de heridas en el campo de batalla. Ellas se encargaron de limpiar el lugar, atender a los heridos y dirigir la preparación de los alimentos. Así lograron reducir de un 42 % a un 2 % el número de muertos.

Florence realizaba rondas nocturnas con una lámpara para atender a sus pacientes en la base hospitalaria inglesa, por lo que el diario Times, en su edición del 8 de febrero de 1855, la llamó el ‘ángel guardián’ de los heridos; sin embargo, el mundo empezó a conocerla como ‘la dama de la linterna’.

Florence Nightingale dedicó su vida a asistir a los enfermos, creando algunas de las prácticas y técnicas que se utilizan hoy en día, y que permitieron el avance de esta disciplina, haciendo incontables aportes a la educación de los futuros enfermeros mediante la creación de instituciones formativas y el establecimiento de políticas de asistencia sanitaria que permitieron reformar el sistema sanitario en todo el mundo.

Su trabajo inspiró a Henri Dunant para fundar la Cruz Roja, y le mereció recibir la Real Cruz Roja que le otorgó la reina Victoria en 1883. En 1907 se convirtió en la primera mujer en recibir la Orden de Mérito del Reino Unido y recibir las Llaves de la Ciudad de Londres en 1908. Dos años después, el 13 de agosto de 1910, fallecería a los 90 años.

Ella dejó sentadas las bases de la profesionalización de la enfermería al establecer, en 1860, su escuela de enfermería en el hospital Saint Thomas de Londres, actual integrante del King’s College de Londres y del Servicio Nacional de Salud (NHS).

Por (feliz) coincidencia este año la conmemoración recae en la misma fecha en se celebra el Día de la Madre, la mujer que nos trajo al mundo y vela por nosotros, como hacen las enfermeras.

Quienes alguna vez hemos estado internados en un centro asistencial, sabemos que se trata de una experiencia angustiante si no fuera porque siempre tenemos al lado a una persona que nos presta atención, alivia nuestros temores y nos tranquiliza; nos reconforta cuando creemos todo perdido y nos da fuerzas para salir adelante.

Una enfermera es, de hecho, una persona especial, capacitada para atender y cuidar de los enfermos en todo momento, y hacer lo que la mayoría de nosotros ni soñamos hacer y con la que establecemos un lazo casi familiar por el tiempo que ella pasa a nuestro lado.

Pocos reparan en su capacidad para atender a diversos pacientes con distintas dolencias, brindarle a cada uno las atenciones del caso y darle las palabras de aliento, fe y esperanza para hacer frente a la enfermedad que los aqueja, y ayudarlos a tratar de superarla.

El trabajo que realizan es arduo y fatigante, nunca bien compensado y muchas veces no reconocidos ni menos agradecidos, pese a que sin ellas todo el sistema de salud simplemente no funcionaría. Son las heroínas anónimas, a quienes debemos tanto, y cuya labor pasa desapercibida a menudo.

La próxima vez que conozcamos a una enfermera no olvidemos agradecerle por todo lo que hacen por nosotros. Quizás ellas no lo esperen, pero nos lo agradecerán.