«La frustrada reconquista del Tahuantinsuyo» Por Luis Vargas Sifuentes

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En su intento por reconquistar el poder imperial y expulsar a los españoles de nuestro suelo, Manco Inca sitió el Cusco –y después Lima– e instruyó a sus huestes que hicieran desbordarse las acequias para inundar el terreno y dificultar el paso de la caballería, y prender fuego a las casas para impedir su habitación.

Al conocer los hechos, Francisco Pizarro envío entre mayo y julio de 1536 varias expediciones de auxilio, pero todas fueron destruidas por Quisu Yupanqui en la sierra central. La primera la encabezó Diego Pizarro, con 60 hombres a caballo y 30 infantes, todos muertos en la cuesta de Parcos.

Al cabo de ocho meses sin lograr sus objetivos y viendo agotados a sus fieles, el Inca se retiró a Vilcabamba a esperar otra ocasión favorable.

La ciudadela construida en la provincia de La Convención y de difícil acceso era ideal para establecer su cuartel general y proseguir la guerra de reconquista.

Entre tanto, Alonso de Alvarado, el único capitán español que acudió a auxiliar Pizarro, partió de Chachapoyas el 8 de noviembre de 1536 al mando de 850 hombres y aliados huancas, inició la contraofensiva y derrotó a los incas, tomó miles de prisioneros y los victimó cruelmente, en Pachacamac, Tarma, Chinchaycocha, Angoyacu, Ayaviri, Huarochirí, Comas y Antamarca.

A fines de 1538 e inicios de 1539, la situación fue desfavorable para el Inca, por los reveses que sufrían sus tropas. En 1542 estas quedaron reducidas a los efectivos de Vilcabamba. El asesinato de Manco Inca fines de 1544, a manos de un grupo de almagristas a los que había hospedado, puso fin a un capítulo de la rebelión incaica.

Los himnos de guerra volvieron a oírse bajo el liderazgo de los hijos de Manco Inca: Sayri Túpac, que asumió el trono en 1554, y Tito Cusi Yupanqui, en 1568, cuando alcanzaron la mayoría de edad; y Túpac Amaru I (1570-72).

En 1558, el virrey Hurtado de Mendoza logró que Sayri Túpac abandonara Vilcabamba y aceptara una encomienda en el valle del Urubamba. En 1561 moriría, unos dicen que triste y arrepentido; otros, que envenenado. (Ver la ‘Historia del indio triste’, publicado en esta columna el sábado 26 de enero último.)

Al abdicar Sayri Túpac, su medio hermano Tito Cusi Yupanqui –quien también ofició de cronista– se proclamó señor del Incario, y en 1566 firmó con las autoridades virreinales el Tratado (Edmundo Guillén lo llama Capitulación) de Acobamba, que ponía fin a las hostilidades y se perdonaban mutuamente los actos cometidos durante la guerra.

Al morir en 1570, de pulmonía o envenenado, la élite inca nombró sucesor a su hermano Túpac Amaru I, quien se ciñó la mascaypacha a principios de 1571 y reanudó las hostilidades. Acogiendo el clamor de su pueblo, rechazó el acta de Acobamba, y dio a entender al virrey Toledo que proseguiría su lucha por reconquistar su Imperio. Toledo ordenó capturar al Inca, y este se preparó para defender su reducto hasta el último hombre.

La poderosa expedición de conquista, al mando de Pedro Sarmiento de Gambos, estaba conformada por piezas de artillería, 250 soldados españoles y 2,500 nativos aliados, entre ellos mil cañaris, enemigos de los quechuas.

Para defender Vilcabamba, el Inca contaba con 2,000 soldados, entre ellos 600 o 700 guerreros anti (chunchos para los cusqueños).

La invasión se inició el 16 de junio de 1572. Los rebeldes, sin más armas que las primitivas y su valor, se enfrentaron con resuelta temeridad, pero cedieron ante los arcabuces, la artillería y las ballestas, en Condormarca, Choquelluca, Quinuaraqay, Tarquimayo y Cuyaochaca. Tras esta última los españoles capturaron el palacio de Vitcos; y el 23 de junio ocuparon el fuerte de Huayna Pucara, el último foco de resistencia inca.

Acompañado de los suyos, Túpac Amaru I se dirigió a la selva baja, donde sería capturado tres meses después.

El 22 de septiembre, los generales y soldados indios fueron ahorcados, y el Inca sentenciado a la decapitación. En vano los clérigos suplicaron al Virrey que lo enviara a España para ser juzgado. Túpac Amaru I fue sacrificado el 24 en un patíbulo erigido frente a la catedral del Cusco.

Los cronistas Baltasar de Ocampo y fray Gabriel de Oviedo, prior de los dominicos, testigos oculares, dicen que el Inca levantó su mano para silenciar a los 15 mil presentes y exclamar:

Collanan Pachacamac ricuy auccacunac yahuarniy hichascancuta” (“Ilustre Pachacamac, atestigua cómo mis enemigos derraman mi sangre”).

Así concluyó uno de los capítulos más importantes de la gesta heroica y ejemplar contra la dominación española.

José Luis Vargas Sifuentes
Periodista