“El diario de mamá”… Por Octavio Huachani Sánchez

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1979

Por ser el mayor de mis hermanos y ante la dolorosa ausencia de mamá, mi padre me asignó la tarea de armar el nacimiento que años tras año armaba mi querida madre. En realidad era una tarea mayúscula porque por cada año que pasaba el nacimiento iba creciendo tanto en volumen como en los personajes y animales que lo habitaban.

Debo decir que mi madre se las había ingeniado para agregar “de manera natural” y sin que interrumpa el panorama del lugar donde nació el niño Jesús; paisajes y personajes de la flora y fauna de nuestra costa, sierra y selva. “Todos somos hijos de Dios” argüía mamá.

Yo suelo ser muy organizado en mis cosas pero jamás calculé que este encargo de papá podría demandarme tanto tiempo. Llevaba más de una semana en mi labor y aún me faltaba sacar algunas de las cajas donde mamá guardaba los elementos a usar. Cada caja llevaba un número que indicaba el lugar que le correspondía y cuando sacarla.

Sentado en una de las esquinas de la sala, papá observaba cada uno de mis movimientos. Estaba presente porque no deseaba que ninguno de mis hermanos se acercara a ayudarme. “Ya les tocará a cada uno de ellos aducía. Esta es la única manera de que cada uno de ustedes valore cada esfuerzo que le demandaba a tu madre hacerlo felices, y no solo me refiero al nacimiento si no a cada cosa que hizo ella por ustedes” me decía mirándome de reojo mientras hojeaba el periódico que leía.

Cuando logré concluir la labor encomendada solo atiné a levantar mi rostro al cielo y pasándome el dorso de la mano por mi frente agradecer a mamá por cada una de las cosas que ella había hecho por nosotros y que, debo decirlo, nunca apreciamos en su real dimensión.

El nacimiento siempre fue el elemento principal de la reunión navideña porque congregaba a toda nuestra familia. Ahí estaban las hermanas de mamá, sus hijos, sus nietos, primos, tíos y amigos, disfrutando del reencuentro y recordando a mamá.

Todos conversaban animadamente mientras esperaban que yo trajera la última caja que contenía las figuras del Niño, de la virgen María y de José, el carpintero.

Mi padre fue el encargado de abrir esa caja. Con la parsimonia que lo caracteriza fue desenvolviendo cada pieza y entregándomela para ponerla en su lugar.

Sin embargo al llegar al fondo de la caja sus manos toparon con un elemento con un elemento extraño. Era una suerte de cuaderno que estaba envuelto en terciopelo azul.

Con gesto amoroso, como si estuviera dando una tierna caricia mi padre pasó su mano por la envoltura y la puso en mis manos. “Toma es para ustedes” me dijo con voz quebrada por los recuerdos. Mi padre que siempre fue un hombre que gran temple, ahora lloraba.
El envoltorio contenía el Diario de Mamá que ella empezó a escribir cuando se enteró que padecía de cáncer.

“Mis primeros pensamientos van hacia Jorge, mi amado esposo. Nunca terminaré de agradecerle lo feliz que fui a su lado. Nos conocimos muy jóvenes y nos aventuramos a la vida sin tener otra cosa que el uno al otro. Ese fue nuestro “capital” con el que construimos nuestra familia. Fueron comienzos duros pero juntos superamos todos los obstáculos y ahora ya hasta tenemos nietos, quien lo diría”.

“Me llevo muchos recuerdos de cada uno de ustedes, especialmente de mis hermanas. Sobre todo de mi querida hermana Ana que siempre estuvo a mi lado en los momentos más difíciles que me tocó vivir”.

“No me voy a despedir, solo quiero decirles que yo seré feliz cuando mis hijos se acuerden de mí. A ellos les dejo mi amor como un recuerdo que espero sea imperecedero”.