Un día en el infierno… Por: Octavio Huachani Sánchez

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Lo que tendría que haber sido parte de una de mis rutinas, se pronto se convirtió en un episodio que sin duda marcará mis días. Jamás había visto “en vivo y en directo” un incendio de tal magnitud y tampoco imaginé que lo haría estando dentro de un hospital.

Debido al incremento del frío mi fibrosis requiere de tanto en tanto de una nebulización que, debido a la cercanía de mi casa, la hago en el hospital Ramón Castilla que está ubicada justamente a pocos metros del lugar del siniestro.

Justamente me habían colocado la mascarilla cuando una serie de explosiones seguidas por una densa humareda hizo que todos, pacientes, enfermeras y médicos saliéramos en tropel buscando una salida para huir del lugar.

Lamentablemente debo admitirlo, guiado por ese espíritu de reportero que solemos llevar, en momentos en que todos buscaban la calle yo me dirigí hacia el segundo piso en busca de la azotea para poder observar mejor el siniestro: craso error.

Yo que había acudido al hospital en busca de oxígeno de pronto sentí que los gases tóxicos y el humo pesado que en vez de elevarse empezaba a invadir las zonas bajas del hospital donde el caos era total.

Todos tropezaban. Madres de familia con sus hijos en brazos, ancianos con bastón y discapacitados en sillas de ruedas unían sus quejidos de dolor a los llantos de los niños extraviados.

Mientras tanto los encargados de la seguridad no sabían si poner orden o tomar los extintores para poner en salvaguarda los costosos equipos del hospital o empezar a evacuar a los pacientes internados en emergencia, algunos recién operados.

Como la puerta de salida que da a la avenida Dansey había sido cerrada por orden de los bomberos fuimos sacados por el lado de la avenida Argentina que estaba invadida por centenares de curiosos que llegaban hasta la Plaza Castilla, más conocida como la Plaza Unión.

El edificio afectado, que antes perteneció a la familia Nicolini, fue adquirido por un grupo de pequeños empresarios dedicados al rubro de la ferretería y que habían sido desalojados de Las Malvinas donde eran informales.

En el primer piso hay alrededor de tres mil stands que venden pinturas, artículos de limpieza, cables eléctricos y ropa industrial. En esa parte todo luce ordenado y en regla y los permisos municipales y defensa civil que exhiben así lo corroboran.

El problema nace desde el segundo piso hacia arriba que todos los comerciantes han convertido en los depósitos que almacenan materiales que son altamente inflamables y que, ahora lo sabemos, hacen incontrolable el incendio.

Encontrar un taxi que me trajera a casa fue otra odisea. Varias cuadras a la redonda fueron cerradas al tránsito. Mientras escribo esta nota he recibido llamadas de mis hijos, hermanos y amigos que conocen mi rutina, preocupándose por mi salud a quienes agradezco su permanente preocupación por lo que pueda pasarme. Gracias a todos pero sobre todo gracias a Dios.